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Sobre el arte del pedrero (y la voz poética de las piedras)

Actualizado: 19 dic 2021

por Fernanda Garduño



Los pedreros y escultores siguen, porque la piedra tiene aún mucho que revelarnos

sobre nuestra propia subjetividad.


El arte del pedrero es una lucha contra el tiempo. Armado con herramientas

—algunas sencillas, como los cinceles; otras más sofisticadas, como las puntas y

discos de diamante— y una filosa intuición; el pedrero ataca a la materia

congregada a través de los años y las eras.



En La Iguana de Oriente, Salvador puliendo una piedra de jaspe fucsia.


En esta lucha, los pedreros van siguiendo la línea de la piedra, buscando extraer

la forma que le co-responde; su forma más auténtica: la que le habla con franqueza

al artista y a su tiempo presente. Al luchar contra el tiempo, se abre la posibilidad en

la piedra de volverse realmente inmortal; de suspenderse en un estado de

permanente vigencia.


Eduardo Olbés, trabajador de la piedra



Eduardo Olbés en el Jardín secreto de Dilao. En primer plano la Fuente espiral de piedra jadeíta.



Como evidencia de este proceso transfigurativo, tenemos la obra de Eduardo

Olbés, escultor de origen pilipino y destino tepozteco, que, entre todos sus títulos,

elige pedrero para autodenominarse. Antes incluso que artista, Olbés es un trabajador

de la piedra que labora en su taller, “La Iguana de Oriente” —apodado por algunos “La

Iguana desorientada”.


Su hacer se manifiesta, casi en su totalidad, en la violenta danza que practica con la

materia. Como escribió Gabrielle Vinós para la Revista Código, en el taller de Olbés,

para sus aprendices y colaboradores, “el proceso creativo no privilegia la idea por

encima de la factura y el material [...]”. Y, un poco más allá: la piedra tiene tanta

agencia sobre la idea, como los pedreros sobre su forma. La piedra también está

armada. ¿Y de qué? Pues de su tiempo. Y Eduardo Olbés comulga cómodamente con

este hecho.



En La Iguana de Oriente, piedra serpentina de varias toneladas. En segundo plano el taladro.


Como se hace manifiesto en este artículo sobre el escultor publicado por

TERREMOTO, la piedra también tiene cosas que decir y “pone en relieve no sólo

sus cualidades estéticas sino también sus implicaciones históricas y culturales.” Y en

esta argumentación, Olbés se permite burlarse cariñosamente de la piedra,

recontextualizándola; incitando al presente a atacarla; así como él lo hace.


La voz poética de la piedra


Dos nubes en Dilao, ambas de mármol. En primer plano sobre granito oscuro, la segunda, sobre cuatro bloques de serpentina azul.



La piedra se yergue desnuda y honesta; el pedrero, paciente tiene que sentarse a mirarla

y a escucharla. Relató Olbés a Gabrielle Vinós: “Tengo la idea, pero la

idea está intrínsecamente relacionada con el material. Ya viene acompañada de un

color, una textura. [...] A veces los materiales están ahí años, hasta que se me ocurre

algo.”


Olbés reconoce la poesía que es inherente al estar-ahí de la piedra. Ella, ahí

plantada, habla, y lo que nos dice a cada uno no palidece —como diría el filósofo H.G.

Gadamer. Pero en su lucha contra el tiempo de la piedra, el pedrero nos ofrece nuevos

caminos y nuevos destinos.



La Plaza del cactus, toda de mármol blanco, con el cactus de 200 años.




Simultáneamente, el ojo del espectador abre, ahora en la escultura, fisuras

interpretativas; fugas que permiten articular correspondencia, entre uno mismo, el

propio presente y la figura que se alza ante nosotros —interrumpiendo todo lo

conocido.


Y se vale jugar con la escultura; así como Olbés juega con la piedra. Se vale

burlarse de ella, sacarla de contexto, corromper su tiempo con una mirada fresca. Pero

si, como también hace el pedrero, nos permitimos escuchar su voz poética, mirar y

reconocer su estar ahí, nos acercaremos más a nosotros mismos.


La piedra, en su aparente enmudecimiento, revela la intensa sonoridad de

nuestra subjetividad. El pedrero, que la ataca y recibe en recompensa la violencia

activa de la piedra, sus estruendos, sus bordes afilados, su peso y otros caprichos

materiales, es un intérprete; un escucha que tiene como misión última dar con la

escultura y, como se demuestra al admirar la obra de Olbés, la escultura tiene algo

que decirnos, a cada uno.



En la Iguana de Oriente, Benjamín, preparando la serpentina para el taladro.



Ha escrito Eduardo Olbés: “Los pedreros seguimos, porque sabemos que toda la

belleza que se ha extraído a la piedra en el pasado no ha agotado sus

posibilidades inherentes para seguir dando más.”


Los pedreros siguen contra la piedra, aunque ya lo hicieron sus ancestros; a

pesar de que hay algo en el estar de la piedra que siempre se está extinguiendo

cuando la confrontamos con el presente. Los pedreros siguen, porque saben que lo

eterno de la piedra es su capacidad de siempre invocar una nueva forma y lo

eterno de la escultura es su capacidad de siempre convocar un nuevo sujeto.




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